miércoles, 11 de mayo de 2016

Recuerdo

Hace frío esta noche, supongo que será a causa del invierno que cada vez está más cerca. Rezo porque no llueva, necesito hacer esto, y necesito hacerlo hoy. Llevo caminando ya un buen rato, pero es extraño, no noto ni el más mínimo agotamiento, supongo que será ella. Hoy la volveré a ver. Donde siempre a la hora de siempre. Por fin llego. Suspiro de alivio... y de nervios tambien. Qué bonito se ve el valle desde aquí arriba. Me quito la chaqueta, con cuidado, noto como el frío hace mella en mí, como diez cuchillos undiéndose rápida y eficazmente en mi espalda. Me da igual. Tiro la chaqueta sobre la hierva, no quiero molestar a los dos tortolitos que hay en el banco a mi izquierda. Nuestro banco. 
Entonces me tiro sobre la chaqueta y me quedo absorto. Hoy brilla más que otros días, debía de saber que hoy vendría. Soy muy predecible. Le muestro mi agradecimiento con mi sonrisa más plena y sincera. Entonces vuelve a brillar, más alegre y nostálgica. Y allí brilla, entre unas constelaciones que no conozco, mecida por la luna, allí está. Recuerdo como me besaba en aquel banco y como luego se giraba, y me hacía prometerle que brillaría tanto como las estrellas. Se me escapa la primera lágrima. Entonces la recuerdo haciendo el desayuno, con su ropa interior de niña de 8 años y su camiseta de Hard Rock que le quedaba tres tallas grande... estaba preciosa. Recuerdo como era incapaz de cenar más tarde de las ocho y media de la tarde. Se escapan dos la más. Recuerdo como cantaba en su habitación, cuando yo aún no había entrado, como desafinaba las canciones de Green Day, me encantaba, siempre me la imaginaba dando saltos como una loca de un punto de la habitación a otra, entonces abría la puerta, siempre acertaba. Después de ponerse roja como un tomate se lanzabas a abrazarme y me plantaba un beso del que siempre tardaba un par de segundos en recuperarme, entonces soltaba esa risita nerviosa suya y se ponía más roja que antes, yo me reía, ella se reía, y nos pasábamos así mínimo cinco minutos... los mejores cinco munitos de mi vida. Entonces nos recuerdo tirados en su cama, ella sobre mí, dándome el beso más apasionado que jamás me ha dado nadie, y mientras. Yo, poco a poco, le iba desabrochando su camisa azul, me encantaba disfrutar de ese momento. Se escapan tantas lágrimas que ya me dulen los ojos. No estoy seguro, pero creo que los tortolitos de antes hace un rato que se marcharon. 
Entonces te veo a través de todos los ángulos de visión que no han tapado mis lágrimas. Recuerdo como me decía cada noche, que, si algún día faltaba, viese a esa estrella... e intentase sentirme un poco más cerca suya. Despertadme cuando termine septiembre.

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