Ciudades en la vida de
Claudio Rodríguez
Claudio
Rodríguez , nace un 30 de enero de 1934 en Zamora y muere en Madrid el 22 de
julio de 1999.
Fue un niño de
la Guerra Civil y la posguerra , lo que dejaría huella en su obra.
En 1951, cuando
contaba 17 años se traslada a Madrid para iniciar sus estudios de Filosofía y
Letras en la Universidad Complutense.
En 1957
presenta su tesis de Licenciatura y ese
mismo año viaja a Inglaterra para trabajar como lector de español en la
Universidad de Nottingham (desde 1958
hasta 1960) y en la de Cambridge después (1960-1964).
Regresa a
Madrid en 1965, donde se dedica a la enseñanza Universitaria.
Obra y reconocimiento
Obtuvo
numerosos premios a lo largo de su vida pero destacamos el “Premio Adonais” que consigue con apenas 19 años con
“ Don de la Ebriedad” y en 1993 le
conceden el “Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el Reina Sofía de
Poesía Iberoamericana.
En 1983 se
edita “ Desde mis poemas”, que es un libro recopilatorio de toda su obra.
Pero su último
libro de poemas fue “ Casi una leyenda”
de 1991.
Su generación
Estableció
amistad con otros poetas de su generación, como Vicente Aleixandre, Ángel
González, Carlos Bousoño, Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral
y José Ángel Valente, todos ellos integrantes de un grupo que, años después,
iba a ser conocido como Generación del 50.
Esta poesía se
caracteriza porque tiene un acercamiento a las cosas humanas de ahí el concepto
de “rehumanización” que alude a situar
la poesía en la vida del hombre. Combina la crítica social, con los temas
humanos como el amor, la muerte, el paso del tiempo o la propia creación
poética.
POEMA I DE “DON DE LA EBRIEDAD”
SIEMPRE la
claridad viene del cielo
es un don: no
se halla entre las cosas
sino muy por
encima, y las ocupa
haciendo de
ello vida y labor propias.
Así amanece el
día; así la noche 5
cierra el gran
aposento de sus sombras.
Y esto es un
don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los
seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en
su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto
aún, ya llega a la redonda 10
a la manera de
los vuelos tuyos
y se cierne, y
se aleja y, aún remota,
nada hay tan
claro como sus impulsos!
Oh, claridad
sedienta de una forma,
de una materia
para deslumbrarla 15
quemándose a sí
misma al cumplir su obra.
Como yo, como
todo lo que espera.
Si tú la luz te
la has llevado toda,
¿cómo voy a
esperar nada del alba?
Y, sin embargo
–esto es un don-, mi boca 20
espera, y mi
alma espera, y tú me esperas
ebria
persecución, claridad sola
mortal como el
abrazo de las hoces,
pero abrazo
hasta el fin que nunca afloja.
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