Había una vez una tierra muy lejana llamada Murcia, donde vivía un caballero canijo y feo, llamado Marcelino, además no tenía espada. Pero a pesar de eso era más caballero que los que sí la tenían. No mataba gigantes ni ganaba guerras, mas ayudaba a todo aquel que lo necesitaba.
Cierto lunes la princesa Carlota llamó a su puerta pidiendo sus servicios; le habían robado la corona. Marcelino estaba decidido a encontrar la corona y así enamorarla. Buscó durante mucho tiempo y, dos lunes después, la encontró.
Marcelino estaba muy contento y fue directo al castillo de Carlota para llevársela. Se la dio y para enamorarla le contó las penurias que había pasado: lo habían echado de una casa a palos y había perdido un calcetín. Pero, finalmente, encontró la corona en la casa de la criada de Carlota, en el cesto de la ropa sucia, que se las había llevado por equivocación. Carlota,que era muy desagradecida, aceptó la corona, pero no le dio ni las gracias al pobre Marcelino. Por esto Marcelino decidió olvidarla e irse a su casa, muy triste, por su fracaso amoroso y por la pérdida de su calcetín.
Hasta que el martes siguiente, el amor llamó a su puerta: era la criada de Carlota, Fausta. Tenía un calcetín en la mano, y le dijo a Marcelino, que tal vez era suyo. Fausta se lo puso, y le cabía a la perfección, era su calcetín extraviado. Marcelino se lo tomó como una señal, y Fausta y él se casaron.
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