lunes, 29 de febrero de 2016

Las ciudades de Claudio Rodríguez

Fragmentos de una entrevista para conocer un poco mejor al poeta

P-Una vez comentó que un poeta no debe hablar de su propia obra.
R-No es que no deba, es que en mi caso, y hablo de mi caso, lo que yo pueda decir no supone ningún axioma, dogma o ley. No es que me dé pudor, es que... los poemas son los que tienen que hablar. Para qué hacer comentarios si la realidad de la poesía está ahí, en el poema, y solamente en el poema. Por eso los comentarios muchas veces sobran, dicen cosas que no tienen nada que ver, incluso, con la propia obra. El poeta que quiere hablar de su obra muchas veces se equivoca. La mía está ahí, no es lo que yo diga que es.

P-Teniendo en cuenta el largo transcurso de tiempo entre sus libros, ¿cómo hace para tratar de darles cierta unidad, la unidad que debe tener una obra?

R-No, un libro no tiene por qué ser tan unitario. En mi caso sí, pero en otros casos no. Lo que pasa es que hay un cambio vital, y un cambio social, incluso histórico, y eso lo tienen que reflejar los poemas casi necesariamente.

© Javier Ochoa Hidalgo 1999
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero12/claudior.html


Zamora, Madrid, Nottingham

Claudio Rodríguez nació en la ciudad de Zamora el 30 de enero de 1934. Su padre le dejó el gusto por la lectura; el cual murió cuando él tenía 13 años. En 1951 se traslada a Madrid para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Complutense.

En 1953 ganó el premio Adonais con “Don de la ebriedad”. En este mismo año, conoció a Clara Miranda con quién se casó años después. En 1958 se marchó a la universidad de Nottingham (Inglaterra) donde ejerció de lector de español.
Fue galardonado con el premio de las letras de Castilla y León en 1986 y elegido miembro de la RAE en 1987. En 1993 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras y el II Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de la Universidad de Salamanca.

Murió en Madrid el 22 de julio de 1999.


Su generación
Estableció amistad con otors poetas de su generación, como Vicente Aleixandre, Ángel González, Carlos Bousoño, Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral y José Ángel Valente, todos ellos integrantes de un grupo que, años después, iba a ser conocido como Generación del 50.

Esta poesía se caracteriza porque tiene un acercamiento a las cosas humanas de ahí el concepto de “rehumanización” que alude  a situar la poesía en la vida del hombre. Combina la crítica social, con los temas humanos como el amor, la muerte, el paso del tiempo o la propia creación poética.


 Su poesía

POEMA I DE “DON DE LA EBRIEDAD
SIEMPRE la claridad viene del cielo
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche 5
cierra el gran aposento de sus sombras.

Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda 10
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!

Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla 15
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.    
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?

Y, sin embargo –esto es un don-, mi boca 20
espera, y mi alma espera, y tú me esperas

ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

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