¡Oh, amada mía! Que en su día pensé que te perdía.
Mis llantos se esvanecían al pensar
que poco a poco volvías a ser mía.
Me comí montañas, tragué mares,
pero al fin te pude dar mi llave.
Manos de seda, ojos de cristal.
Me desperté y dije: ¿lo nuestro es real?
Mi pequeña doncella, hermosa como siempre,
me sacó una sonrisa que perduró para siempre.
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